Mi experiencia con la COVID

Hacía meses que no escribía en este blog…

Mi dedicación a otros proyectos como el coaching biográfico me ha alejado mental y anímicamente de la parte más farmacéutica que un día fue la principal de mi vida.

Ya había escrito sobre el COVID y el Coronavirus, pero siempre desde la teoría y parece que me han regalado la práctica. Quiero compartir mi experiencia, no con ánimo de exhibicionismo, sino para poder ayudar a otros que estén pasando por similar trance. Y me gustaría hacerlo desde el regalo que es la ciencia espiritual que todo lo ilumina.

Leo hasta la saciedad en círculos antroposóficos que el Coronavirus no existe, que los hospitales están vacíos y que todo es un invento. No tengo otra cosa para poder experimentar que mi cuerpo y alma para saber los estragos que hace la enfermedad y a mi familia que ha pasado y, en parte, sigue en el hospital para saber el estado de cómo se encuentran de abarrotadas las clínicas.

En la parte corporal

Los síntomas corporales ya se han descrito en innumerables páginas, tanto aquí, como en el caso de fisiopatología de la enfermedad, como en otras páginas web.

Además de los respiratorios, tos persistente de más de tres semanas, a mi me afectó mucho al sistema digestivo. Náuseas, apetito inexistente y una interminable diarrea de más de siete días.

El COVID tiene que ver con el cuerpo astral

Desde un punto de vista antroposófico toda la batalla con el coronavirus se establece en el astral.

Por eso el cuerpo etérico se ve desplazado del organismo humano, algo que en mi caso se manifestó en la incapacidad de sostener el organismo acuoso, traduciéndose en el proceso diarreico antes mencionado.

Los dolores tienen mucho que ver con cuerpo astral. En mi caso llegué a descubrir algunos que nunca había sentido que resultaron de mayor intensidad que los de un herpes Zoster que había padecido hace unos años. Tenían hasta colores, texturas y temperaturas múltiples… Durante tres días me pareció que de manera contínua constreñían mi cabeza con un cinturón hasta llevarla a casi estallar.

Lo astral también se manifiesta en lo espástico de los síntomas: tos, cólicos, etc. que son las contracciones que caracterizan a este cuerpo.

Pero el cuerpo astral sólo permanece unido al cuerpo físico-vital durante la vigilia, por lo que la afección a este nivel se refleja en un síntoma que, yo, al menos antes de sufrir la enfermedad, apenas había relacionado con ella: la incapacidad para dormirse, es decir, el insomnio.

Mi experiencia fue que resultó uno de los síntomas más duros de sobrellevar de todos. Durante más de diez días y, especialmente, diez noches no pude apenas conciliar el sueño. Los pocos momentos que podía dormir algo, las pesadillas de todo tipo y condición se apoderaban de mi.

En la parte anímica

El insomnio antes descrito acaba hundiendo el ánimo.

No dormir, las pesadillas y las eternas noches se hacen realmente difíciles, sobre todo cuando se prolongan en el tiempo.

La preocupación de mi mujer hospitalizada, mis hijos enfermos en casa y la necesidad de hacerme una placa de tórax para descartar una posible neumonía se agiganta en una noche de insomnio. Te pasas dando vueltas en la cama, pensando qué será de tus hijos enfermos si, finalmente te tienes que quedar ingresado.

Pero las heridas del alma tardan más en sanar que las del cuerpo.

Semanas después de haber dejado de toser, todavía me costaba tener un pensar claro, un sentir sosegado y una voluntad firme.

El COVID como camino iniciático

Tanto yo, como otras personas con las que he podido compartir experiencia coincidimos que no somos los mismos que antes de entrar en este proceso.

Corroboro que muchas de los hábitos que me parecía imposible dejar atrás, hoy son parte del pasado. Que he cambiado de planteamientos, de maneras de relacionarme con los más cercanos, de gustos culinarios, que veo determinados asuntos que antes observaba de un color, ahora los percibo de otro. En definitiva que ha habido un antes y un después de la enfermedad.

Tras haber estado primero en una parte de dolor, luego en una parte de ausencia, posteriormente en un no reconocimiento de mi mismo, empiezo a descubrir que ese nuevo yo que aparece perfilado es más Yo que el anterior. Y lo que más siento es que se ha abierto una nueva puerta al mundo espiritual muy especial. Recuerdo que en una de las noches de mayor dolor físico y anímico me sentí acompañado por una figura amorosa y luminosa que serenó de manera inmediata todo el sufrimiento.

Creo que el COVID puede ser un camino iniciático para poder entrar en una nueva dimensión espiritual.

Toca seguir caminando…

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