Es evidente que esta pandemia ha afectado de muy diversas maneras a las personas, tanto lo que ha sido la enfermedad causada por el Coronavirus, como las medidas que se han tomado para evitar su propagación.
De la fisiopatología de la enfermedad ya se ha hablado en este blog repetidamente tanto en general como en primera persona.
Pero más allá de la enfermedad, la pandemia y el estado de alarma con todas las medidas han sido un lastre para el ser humano algo que se refleja en su biografía y que se irá detallando en los diferentes septenios.
Revisión septenio a septenio de la amenaza que supone el Coronavirus
Primer septenio
Durante el primer periodo de la vida, el niño se encuentra muy unido a su madre, tanto en lo afectivo como en lo energético. Por ello, cualquier alteración en ella es transmitida al pequeño de forma automática. Si la madre ha estado sometida a una situación de miedo o angustia, el niño lo percibirá y lo sufrirá. Además, los pequeños son extremadamente perceptivos por lo que notarán cualquier situación de estrés o angustia emocional en el ambiente familiar más allá de su madre.
A los niños parecería que se les dice que eviten que otros chicos respiren a su lado, porque eso constituye un peligro. Es decir, socialmente se les comunica que la presencia de otro compañero (no conviviente) es una amenaza para él. Se les está inculcando el riesgo que supone el otro, cuando lo que deberían aprender como seres humanos es la cooperación. Esto resulta dramático, teniendo en cuenta que a los niños en este primer septenio la virtud que les ha de acompañar es la bondad.
Los confinamientos que limitan la salida al exterior hacen que los niños tengan menos horas de sol lo que puede hacer que tengan un déficit de vitamina D, algo que se ha relacionado con el riesgo de sufrir COVID.
Segundo septenio
A partir de que los niños entran en edad escolar se convierten en puro movimiento y experimentación. Este descubrir ahora mismo se está reprimiendo, ya sea por las limitaciones impuestas en los colegios o por el cierre de estos mismos.
En torno a los diez años los niños necesitan sentir que el mundo es bello. Esto se hace difícil en un planeta con tanto miedo y tanta mascarilla.
Se les está diciendo por activa y por pasiva que sus compañeros son una amenaza y un riesgo de contagio. ¿Cómo le vas a prestar las tijeras a tu vecino de pupitre si él te las puede devolver infectadas de Coronavirus?
En este periodo de su vida pasan lo que Rudolf Steiner denominó el Rubicón, algo que, entre otras cosas les hace concienciarse de la idea de que va a morir. Algunos niños sufren de miedo por esta idea y les cuesta dormirse. Esta angustia y terrores nocturnos se pueden agravar estando en el ambiente y en los medios de comunicación tan presente la idea de la muerte.
Tercer septenio
Si existe un periodo en la vida que no se atiene a las normas, este es, por excelencia, la adolescencia.
El otro día comentaba una chica en su decimoctavo cumpleaños, que ella no había necesitado y ya nunca lo necesitaría el pedirle a su hermana mayor el carné de identidad prestado para colarse en una discoteca. Con este sencillo ejemplo se pone de manifiesto, la impotencia de los chicos de esta edad que, ni siquiera están pudiendo transgredir.
Hay muchos padres que reconocen que, aunque duermen más tranquilos los fines de semana porque a las 23:00, como muy tarde están sus hijos en casa, están preocupados por la falta de experiencias que estos están teniendo.
El tercer septenio es un momento de búsqueda, de meter la pata, de encontrarse con los primeros amores, de emociones desbocadas e incontroladas.
Parte de la sociedad ha criminalizado estos escarceos llamando “botellón descontrolado” a lo que antes se llamaba, simplemente estar con la pandilla en la playa.
En los medios de comunicación se les ha culpabilizado, incluso, de contagiarse en esas quedadas y transmitirles el virus a sus abuelos llevándolas a la muerte directamente.
Los chicos no pueden juntarse en grupos de más de seis, así que las manadas, las pandillas o cuadrillas han de limitarse. Así los más introvertidos que no gozan de la popularidad de estar entre los seis más elegidos se han de quedar en casa, agravándose así su falta de dotes sociales.
Además, el aislamiento domiciliario les ha llevado a extremar la tendencia telemática que ya se apuntaba. Si ya se estaban comunicando mediante redes sociales, WhatsApp, jugando a la play o cualquier otra plataforma, esta tendencia se ha acelerado. Hoy, la gran mayoría de los chicos prefieren ver a sus amigos en Tik-tok antes que al natural o prefieren una comunicación virtual, antes que un verdadero diálogo real de yo a yo. Esto supone una merma en la calidad de la interrelación personal y en su calidad que, posiblemente tendrá sus consecuencias en un cierto fututo.
Posiblemente, sea este grupo de edad, junto a los más mayores los más perjudicados por todas las medidas tomadas en este estado de pandemia.
Cuarto septenio (21-28 años)
No parece que este grupo sufra de las consecuencias de la enfermedad. A esta edad se supone que se dispone de un sistema inmunitario desarrollado que puede poner freno al virus. Además, su comportamiento menos expuesto que el del tercer septenio, parecería ponerles más a salvo y hacerles ser menos víctimas que otros grupos de edad.
Sin embargo, los veinteañeros deberían, según lo arquetípico de la biografía, vivir un momento de experiencias. Sería importante que viajaran, algo que no pueden hacer por el cierre de las fronteras.
La elección de sus primeros trabajos debería basarse en criterios de aprender, más que en buscar una seguridad, ya sea en sueldo o en estabilidad laboral. La crisis de los talentos les llega a estas personas sin poder realizarse, verdaderamente, la pregunta, de si están pudiendo poner a disposición del mundo sus fortalezas, ya que están más preocupados de poder “asegurarse” su puesto de trabajo. Es decir, estancarse demasiado pronto.
En el terreno sentimental, también se les dificulta conocer posibles futuras parejas.
Por tanto, las personas del cuarto septenio, en principio, menos damnificadas en la pandemia, también están sufriendo sus consecuencias.
Quinto septenio (28-35 años)
Es este un periodo de tiempo que requiere de cierta tranquilidad. A esta edad muchas personas consolidan una relación de pareja, tienen hijos y se hipotecan. Son, por tanto, los que más pueden sufrir esta situación de incertidumbre, dado que anhelan una tranquilidad qué les es imposible lograr ahora.
Los que han pensado en tener descendencia lo tienen que meditar varias veces antes de tomar tan arriesgada decisión.
También aquellos que ya tienen hijos, han tenido que inventar formas creativas para poder conciliar su cuidado con el desarrollo de su trabajo durante el confinamiento.
En este periodo de la vida en que muchas personas deciden emprender un negocio, también les resultará complicado dar ese salto.
Sexto septenio (35-42 años)
La crisis de los cuarenta o midlife crisis, viene dada por las preguntas existenciales que uno se hace en este momento.
Toca plantearse el papel que uno tiene en el mundo y el sentido que tiene lo que se está haciendo.
Estas preguntas que siempre corren el riesgo de ser acalladas son en este momento “aplastadas” por cuestiones más inmediatas.
¿Cómo me voy a plantear si mi existencia tiene sentido, si apenas tengo la capacidad para salir adelante?
¿Cómo puedo tratar de saber si tiene sentido mi trabajo si no sé si voy a volver a él el lunes que viene?
Séptimo septenio (42-49 años)
Si en el septenio anterior se mencionaba que no se han llevado a cabo las preguntas, más difícil resultará que en este septenio se respondan.
En este periodo de la vida y al igual que ocurre en la treintena, existe un cierto riesgo de convertirse en un dogmático. En un momento en el que existe más opinión que información y conocimiento la amenaza es que se tome una postura oficialista o la contraria conspiranóica, sin atender a las matizaciones tan necesarias.
La sobreexposición al miedo hace que muchas personas no quieran plantearse aspectos demasiado profundos, ni de desarrollo personal.
Tras un primer momento de confinamiento total en España que invitó a muchas personas a un cierto giro hacia lo trascendente, el final de ese periodo encerrados también supuso, un escape de lo profundo arrojándose en los brazos de lo más superficial.
Octavo septenio (49-56 años)
Pasados los 50 la vida le invita a convertirse en un maestro. Alcanzar este grado no consiste en querer enseñarle a los otros desde la pedantería, sino desde una apertura altruista a sus necesidades. Ahora más que nunca hay “maestrillos” dando lecciones de cómo combatir la incertidumbre.
Abriendo el corazón y “pensando” con él se puede alcanzar la libertad. Pero, para esto se requiere una tranquilidad y un sosiego de espíritu que puede ser complicado conseguir en estos turbulentos momentos de pandemia
Noveno septenio (56-63 años)
A partir de esta edad los sanitarios indican que contraer la enfermedad del COVID 19 ya entraña un riesgo vital en un porcentaje considerable. Además, muchos de los trabajadores que ya están cerca de su jubilación tienen mayores dificultades para los cambios a nivel profesional y con la ofimática, por lo que el teletrabajo se les puede atragantar más que a otros compañeros más jóvenes.
En este periodo de la vida se llevan a cabo muchos balances y se puede adquirir una cierta sabiduría fruto de la suma de la adquisición de conocimientos con la experiencia. Así que esa capacidad para tener perspectiva en la vida puede relativizar la emocionalidad de estos momentos.
Más allá de los 63 años
Si no se ha prejubilado antes, en esta etapa de la vida cesará ya su labor profesional.
Aquellos que lo hagan y que no tengan como sustituir la cesada actividad laboral pueden entrar en una fase de confusión y cierta tristeza o melancolía.
Si a esta nostalgia habitual se le suma la limitación de movimiento y la reducción del contacto social, la situación se agrava.
Las personas de más de 60 y, no digamos, las de más de 70 y 80, sienten el miedo de la amenaza de contraer la enfermedad. Y más cuando los medios de comunicación no dejan de repetir e indicar el riesgo de las consecuencias mortales que supondría un contagio. También sienten angustia las personas con enfermedades crónicas que no han podido ser atendidas como ellos hubieran querido debido a la saturación hospitalaria.
Se tenga la edad que se tenga la situación de la pandemia ha sido y sigue siendo un salirse de lo conocido hasta ahora. Esta incertidumbre, ya sea por la enfermedad o por las medidas adoptadas para combatirlo ha sido una fuente inagotable de aprendizaje. Sólo nos cabe desear que se aproveche.